jueves, 17 de marzo de 2011

18/07/2010

Corría en una especie de jungla. Todo a mi al rededor era verde. Tenía entendido que me perseguían, pero cuando volteo, no había nada. Estuve parado un momento, buscando algo detrás de mi. Oigo un sonido cercano, y cuando me giro a mi derecha, veo un dardo clavado en el tronco de un árbol. Vuelvo a mirar hacia atrás, y a través de las hojas veo unas caras. Esto sólo me dice que debo correr, y seguí mi camino.

Después de tanto correr, se me había agotado el aire y me detuve un momento para respirar. Cuando veo a mi al rededor, ya no había verde. Todo era dorado. Ya no me encontraba en una selva, sino en un desierto. La arena dominaba cada lugar del mismo y era lo único que se veía.

Giré mi mirada un momento hacia atrás, pero no había ni rastro de la selva en la que me encontraba. Debido a esto, seguí el trayecto caminando.

Caminaba y caminaba, y lo único que podía observar era arena por doquier.

Después de un rato, me percato de que a la lejanía había un precipicio, y decido caminar hacia él para orientarme.

Una vez en el precipicio, me acerco hacia el borde para ver mejor, y noto que justo después de el candente desierto, se encontraba nada más y nada menos que un hermoso mar azul. Me senté un momento para disfrutar de la vista, cuando oigo el sonido que producen las piedras al caer.

Volteo, y veo a dos personas, con poca vestimenta, de cabello negro y largo y una cerbatana en la boca de cada uno. Al parecer eran las personas que me persegúian en la lejana jungla, que me habían estado siguiendo.

Estaba acorralado, no podía ir a ningún lado vivo. Luego de tratar hablarles, cada uno me dispara un dardo.

Sentía como cada músculo perdía el control, como mis ojos se cerraban. Lo último que recuerdo de ese momento, fue como caía hacia ese hermoso abismo azul.

No hay comentarios:

Publicar un comentario