jueves, 17 de marzo de 2011

Alas de Libertad



Frente al ventanal, en el balcón de su elevado apartamento, Ruperto con mucho ahínco se restregó los ojos tratando de espantar el sueño, ese era el momento cuando ellos caían a sus pies -según decía él- las últimas imágenes de recurrentes pesadillas que se desplazaban cuales finas copas de champán, regando por el piso de la terraza los cientos de pequeñísimos y rutilantes prismas. Arcenia, su compañera, la que siempre tenía que recoger los fragmentos de las representaciones, sabía que aquellos no eran residuos de pesadillas. Desde hacía mucho tiempo se había dado cuenta de que cuando esto sucedía, era simplemente el momento en que Ruperto regresaba de las regiones desconocidas del LSD, para luego pasar a estados de insoportable irritabilidad.

Al sentarse a desayunar, luego de tomarse un jugo de zanahorias, Ruperto le gritaba a Arcenia mientras ella le comentaba emocionada sobre la última película que había visto.

-¡A mí que coño me importan los conceptos de libertad de Alan Parker y su puta cámara subjetiva!

Pasaba todo el día buscando de una manera compulsiva algo en los clósets, al anochecer amenazaba con suicidarse pero se quedaba tranquilo cuando Arcenia le mostraba una vez más una pizarra donde decía “Suicidarse es hacerse trampas a sí mismo”.

Arcenia había tratado de abandonarlo varias veces, pero su enamoramiento era tan intenso que con sólo mirarlo se trastocaba toda en un arrebato de colvulciones primitivas.

Una noche, bastante tarde, lo vio saltar desde la terraza montado sobre un enorme elefante inflable. Él, impetuoso y gritando sobre el elefante de plástico al que le habian brotado alas cual pegaso boteriano, se estremecia como cowboy en rodeo. El elefante oscilo durante unos diez segundos frente a la terraza como verificando su versatilidad y fué cuando una fuerte brisa del norte se lo llevó a las alturas asombrando a los pájaros huecos que planeaban por el lugar. En su pomposo vuelo elevandose desapareció tras distantes nubes lóbregas.

En dirección contraria, sobre el lago, la luna llena iluminaba el quehacer de los pescadores sin enterarse del memorable vuelo: Arcenia, elevando la mirada cándida a las alturas, cerró el ventanal y resignada se dijo: ¡Bueno, al menos no se suicidó!

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